Chapter 2: Nuestro llamamiento
2. Nuestro llamamiento : La justicia y las obras de misericordia
Trabajar para el reino pacífico de Dios significa esforzarse por su justicia. ¿Qué exige esta justicia de nosotros? Exige que pongamos en práctica el amor a Dios y el amor al prójimo.
El amor al prójimo significa una vida totalmente dedicada al servicio. Esto es lo opuesto a toda búsqueda egoísta, incluso el dedicarse uno a la salvación personal. Nosotros vivimos en la comunidad-iglesia porque nosotros mismos tenemos que preocuparnos por las necesidades de todo el mundo. Cada uno de nosotros reconoce que comparte la culpa y el sufrimiento de la humanidad, y tenemos que responder por medio de una vida dedicada al amor. «Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, pues esto es la Ley y los Profetas».
El amor al prójimo significa hacer las obras de misericordia ordenadas por Cristo: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar alojamiento al extranjero, vestir al desnudo, socorrer al pobre y visitar a los enfermos y a los que están en la cárcel: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis». Como los primeros cristianos, vemos la piedad como falsa a menos que se pruebe auténtica por medio de acciones concretas de justicia social.
El amor al prójimo significa que mantenemos una puerta abierta. Las bendiciones de una vida en comunidad con hermanos y hermanas están disponibles para todas las personas, ricas o pobres, con habilidades o sin ellas, quienes son llamados a ir por este camino de discipulado con nosotros.
El amor al prójimo nos lleva a renunciar a toda propiedad privada, la raíz de tanta injusticia y violencia. Cristo enseña a sus seguidores a rechazar el dinero, que nombró con el término «mammón», es decir, el deseo de poseer y el poder que otorgan las posesiones. Él advierte: «¡Qué difícil es para los ricos entrar en el reino de Dios!». Él miró en lo profundo del corazón del joven rico a quien amó y le dijo: «Una sola cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme».
Mammón es el enemigo del amor. Él motiva a algunas personas a acumular fortunas personales mientras millones viven en la miseria. Como una fuerza entre sistemas económicos, mammón produce explotación, fraude, materialismo, injusticia y guerra.
Toda persona que sirve a mammón se opone al gobierno de Dios. A la persona que se guarda algo para sí no le importa el mandamiento que Jesús dio a sus seguidores de entregar su propiedad privada. Dicha persona ha confiscado algo que Dios había entregado para el uso de todos y lo reclamó para sí misma.
En obediencia a Cristo, confiamos en Dios para todas las cosas, inclusive nuestras necesidades materiales. Ninguno de nosotros es dueño personalmente de cosa alguna, y nuestra propiedad en común pertenece no a nosotros como grupo sino a la causa de Cristo en la comunidad-iglesia.1 En esto seguimos el ejemplo de Cristo y su comunidad itinerante de discípulos, quienes guardaban una bolsa común.
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también
vuestro corazón.
Ninguno puede servir a dos señores, porque odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios
y a las riquezas.
Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? […] Y por el vestido, ¿por qué os angustiáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos…
No os angustiéis, pues, diciendo: «¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?», porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
Mateo 6:19–21, 24–33
El amor al prójimo exige que seamos solidarios con los maltratados, los sin voz y los oprimidos. Estamos comprometidos a confrontar los errores públicos y privados con denuedo, apoyados en la autoridad del evangelio, tal como lo hizo Jesús. Él mismo nació en la pobreza y sufrió la muerte como un criminal. Su reino es especialmente para los pobres y humildes, y él promete que cuando regrese, los últimos serán primeros y los primeros serán últimos.
Jesús declara: «El espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor». Somos llamados a ayudarle en su obra de redención, haciendo que la justicia tenga su victoria.